“El cenagal”
¿Acaso se trata nada
más que de una zona de abismos y volcanes en plena ebullición? ¿O tan sólo de una
región de cenagales en los que nos encontramos sumergidos?
Una serie de óleos
son el preludio de una morada que se abre paso. En ellos las figuras humanas
miran absortas la presencia del espectador y exigen, mientras danzan o
simplemente posan, ser observadas. Las imágenes se ubican en un umbral, entre la
presencia y la ausencia, entre lo mortal y lo eterno. El dispositivo de la
ficción se luce en lo inacabado de los márgenes, en su desnudez deja al
descubierto la ilusión de la representación.
Nuestras
percepciones construyen el escenario. La
dramaturgia es compleja: una sustancia densa aparentemente petrificada amenaza
con desadormecerse, sobre ella yacen libros, plantas y otros cuerpos extraños.
Platón y Hegel resguardan cautelosamente la verdad pero sus propios rostros
sólo pueden ser percibidos bajo una sutil deformación anamórfica. Abismados
espejos engendran ficciones, enigmas, fantasmas inaprehensibles. ¡Imágenes
falaces! ¡Laberintos erráticos! Anagramas para refractar lo múltiple y copioso
cuyas invenciones constituyen siempre un delirio.
Hernán Lopez Piñeyro